domingo, 25 de diciembre de 2011

El verdadero sentido de la Navidad

M.Sc Rodrigo Quirós Valverde


Con la llegada de diciembre, es común observar en las personas una gama muy particular de sentimientos y comportamientos. Algunos, con gran ilusión, buscarán sus regalos la mañana del veinticinco, otros, más analíticos, experimentan incertidumbre ante lo desconocido y ven el futuro como una gran caja de sorpresas, también están los que planifican al máximo y no dejan nada al azar, es normal observarlos ahorrar parte de su aguinaldo para alguna eventualidad. Otros, se preparan para el nacimiento del hijo de Dios –símbolo indiscutible de la Navidad–  y no se olvidan de ninguna actividad religiosa.

Pero, existe una realidad que a muchos les cuesta aceptar, se trata de aquellas personas que sobreviven en la miseria y para quienes la época navideña pasará prácticamente inadvertida.

Que oportuno, si ratificáramos nuestro amor por Jesús siendo generosos con los más necesitados, tal y como nos exhorta un conocido pasaje bíblico: “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. (Mateo 25. 40)

En general, una variedad de rasgos retratan estos últimos días del año, poco a poco, los grandes aguaceros cesan y arriban los alisios, el “pelo de gato” y las bajas temperaturas. Se guardan los paraguas y hacen su aparición los abrigos y las bufandas, es ahí cuando nos percatamos de la cercanía de la Navidad. En fin, es un período con una magia que cautiva a la mayoría.

En los distintos lugares de trabajo se percibe una atmósfera diferente, hay más unión y solidaridad entre compañeros y las diferencias del pasado se suelen ignorar y hasta perdonar. Que beneficioso, tanto para los trabajadores como para las mismas empresas e instituciones, si nos comportáramos de esa manera durante todo el año, seguramente sufriríamos menos confrontaciones, que suelen distraernos de lo importante, lo esencial, lo humano… y nos conducen al distanciamiento y a la desmotivación.

En los hogares, ya no existe presión por llegar temprano al trabajo, escuela o colegio. Los hijos, tras finalizar el curso lectivo, pasarán más horas en casa junto a sus padres, generando un incremento en los vínculos afectivos y en ocasiones hasta algunos roces, que, generalmente, se solucionan con un buen café y el incomparable tamal navideño de la abuelita.

Lo habitual en las tiendas y centros comerciales, es la invitación al consumo de cientos y cientos de artículos. Ante ese ambiente, puede que sucumbamos a la tentación y hasta compremos lo innecesario. Sin embargo, lo ideal es la sensatez a la hora de utilizar nuestro aguinaldo.

Todo ese trajín de compras y despilfarro, hace que desvirtuemos el verdadero sentido de la navidad y que olvidemos que ésta fue creada para rememorar el nacimiento del hombre más importante en la historia de la humanidad.

Cada uno de nosotros, debería aprovechar esta época para meditar sobre ese trascendental acontecimiento ocurrido hace más de 2000 años. Quizá comprenderíamos que Jesús vino para ser la luz de un mundo que naufragaba en un mar de confusión y oscuridad, así como, que su paso dejó grandes enseñanzas y una nueva filosofía de vida.

En aquel tiempo, la llegada del Hijo de Dios encontró una sociedad sumergida en una profunda crisis, sin rumbo, en tinieblas... Ante tales hechos, es conveniente preguntarnos: ¿Cómo se encuentra hoy día nuestra sociedad? ¿Estaremos a las puertas de una segunda venida de Jesús?

La respuesta a la primera pregunta resulta obvia y con respecto a la segunda nadie lo sabe con exactitud. Sin embargo, este cuestionamiento nos debería conducir a una profunda reflexión en torno a nuestro papel como trasmisores de aquella luz que Jesús instauró siglos atrás.

Si realmente deseamos un mundo donde reine la paz y el amor, pidámosle al niño Jesús que nos ilumine para llegar a convertirnos en mensajeros de su luz y su palabra.