Años hay muchos, pero cuando alguno perdura en la
memoria de las personas, seguramente es porque uno o varios hechos significativos
sucedieron en su desarrollo. Sin embargo, el acto de recordar un año en
particular, merced a las circunstancias presentadas, es algo estrictamente personal
o subjetivo, pues un mismo acontecimiento perfectamente puede tener relevancia para
algunos, y a la vez, ser considerado superfluo e insignificante por otros.
Es indudable que las múltiples situaciones y
experiencias que se presentan en la vida inciden en la posterior valoración que
se tiene de los hechos. No obstante, hay eventos que por su misma naturaleza no
pasarán inadvertidos, y por ende, gozarán siempre de un enorme significado para
la mayoría.
El nacimiento de nuestros hijos, la obtención de un
ansiado título universitario, el primer empleo, la fecha de nuestro matrimonio,
la adquisición de un importante bien familiar, la esperada jubilación, entre
otros, son ejemplos de sucesos que, posiblemente, despertarán en cada uno de nosotros
remembranzas del año en que se suscitaron.
En mi caso personal, recuerdo varios años donde se produjeron
hechos tan preponderantes como los mencionados anteriormente. Sin embargo, sí tuviera
que nombrar un año realmente singular, sin pensarlo dos veces elegiría 1963 por
varias razones: en primer lugar, han trascurrido 50 años desde aquel entonces,
y el medio siglo, históricamente se ha caracterizado por una marcada connotación
festiva. Sólo basta observar la manera tan peculiar de agasajar a quien alcanza
esa edad –la famosa “media teja”- o cuando un matrimonio llega a las cinco
décadas sin claudicar –las conocidísimas “bodas de oro”-, en ambas situaciones
la tradición dicta organizar un tremendo “fiestón” y celebrar con amigos y
familiares.
Además, durante aquellos 365 días se presentaron
hechos que impactaron tanto a nuestro país como al resto del mundo, algunos relacionados
al ámbito político, económico y social, y otros, ligados a inusuales fenómenos
naturales. Entre los primeros, recordamos la visita del entonces presidente de
los Estados Unidos John F. Kennedy, en donde –junto a la mayoría de los mandatarios
del istmo– se debatió ampliamente sobre el desarrollo económico de
la región y se suscribió la “Declaración de San José”, que más tarde propició la
creación del Mercado Común Centroamericano. No hay duda que todos esos logros
se dieron gracias al protagonismo y liderazgo de Kennedy dentro del programa de ayuda económica,
política y social de Estados Unidos para América Latina conocido
como: “Alianza para el progreso” y desarrollado entre 1961 y 1970.
En aquel momento, la llegada del presidente de los
Estados Unidos representó un hecho memorable para nuestra nación, sobre todo
por tratarse de un hombre cuyo carisma supo cautivar a todo un pueblo, tan así
que ese mismo pueblo poco después quedaría atónito y lo lloraría como a uno de
sus hijos más queridos al enterarse de su asesinato en una calle de Dallas. Los
académicos y estudiantes de aquella época y el pueblo costarricense en general,
siempre recordarán el discurso que pronunció en la Universidad de Costa Rica un
20 de marzo de aquel año. Algunas frases de aquella memorable disertación
fueron: “Es un inmenso placer salir de
Washington, donde profesores universitarios me sermonean, y venir a Costa Rica,
donde puedo hablar a estudiantes”, “Considero apropiado que el primer discurso
en la historia de un presidente de los Estados Unidos a un público estudiantil
en Latinoamérica, tenga lugar en este centro de aprendizaje en una nación tan
dedicada a la democracia”, “Las
universidades se consideran sitios peligrosos para los presidentes, y estamos
agradecidos con ustedes por la cordial bienvenida que nos han dado en esta
ocasión. Cada uno de nosotros volverá a casa con la más profunda impresión de
lo que puede lograr un pueblo fuerte, lleno de vitalidad”, “¡Viva Costa Rica!, ¡Arriba
Costa Rica!, Muchas gracias”, fueron en castellano sus últimas palabras.
Desde aquellos días, Costa Rica fue visitada por presidentes
de distintas naciones, incluido los Estados Unidos, pero ninguno generó tanta
expectativa y entusiasmo en la ciudadanía como Kennedy. Es interesante, pero hasta
se podría afirmar que no sólo el pueblo se exaltó con su llegada, también la
madre naturaleza pareció advertir su presencia en suelo nacional y se manifestó
a través del coloso de Cartago. Así es, el volcán Irazú, el cual, saliendo de
un prolongado período de inactividad expulsó gases y lanzó ceniza y piedras
sobre gran parte del valle central y puso a correr a sus habitantes en busca de
protección. Parecía como si el enfado de la naturaleza, manifestado desde las
entrañas de la tierra, fuese el preludio de lo que posteriormente sucedería en los
Estados Unidos con su muerte.
En otras regiones del mundo también
se presentaron más hechos trascendentales, entre éstos, los ocurridos en el Vaticano.
Primero, cuando el Papa Juan XXIII publica a mediados del mes de abril la encíclica Pacem
in terrís, en la cual exhorta al
mundo a vivir en paz, y, tan sólo dos meses después, su deceso a los 81
años de edad, después de cuatro años y siete meses de pontificado. Posteriormente,
se designaría como nuevo papa al entonces arzobispo de Milán, Cardenal Giovanni
Battista Montini, quien decide llamarse Pablo VI.
Entre tanto, la antigua Unión Soviética y los
Estados Unidos, en plena carrera espacial, competían por demostrar -ante los expectantes
ojos del mundo- quién era capaz de orbitar más veces el planeta o llevar al
espacio a la primera cosmonauta. Para ello, cada uno presentaba con “bombos y
platillos” sus novedosas naves espaciales, tal y como lo hacen en la actualidad
las escuderías de autos de fórmula uno al exhibir sus avanzados modelos poco antes
del inicio de la temporada de competencias. Quizás lo más valioso y gratificante
para la comunidad mundial de aquella época, fue el convenio que suscribieron estos
dos países junto a
Gran Bretaña en el mes de julio, en donde
se estableció la prohibición de pruebas nucleares en la atmósfera, el espacio y
bajo el agua, generándose así un clima de mayor tranquilidad en todo el orbe.
En
los Estados Unidos, este fue un año de numerosas protestas y manifestaciones en
torno a la discriminación racial. En Carolina del Norte, por ejemplo, se
decreta en el mes de junio el estado de emergencia por la presencia de graves
disturbios raciales. En agosto, miles de personas marcharon en Washington y sus
líderes fueron recibidos en el Capitolio por los representantes de las fracciones
Republicana y Demócrata del Senado, y luego, por el presidente Kennedy en la
Casa Blanca. La situación tendió a agravarse en setiembre cuando el mandatario
estadounidense sometió los distintos grupos policiales de Alabama al gobierno
federal, dado que el gobernador de ese estado intentó emplearlos para evitar
la entrada de niños negros en escuelas que hasta aquellos días habían estado
designadas únicamente a personas blancas. Posiblemente, esa decisión fue la
gota que colmó el vaso y propició el atentado que acabaría con la vida de
Kennedy a escasos 46 años de edad.
Cincuenta
años transcurrieron desde aquel entonces y hoy día se observan extraordinarias semejanzas
con aquella época. Por ejemplo, hace unas cuantas semanas el presidente Barack
Obama visitó Costa Rica, pocos meses atrás fue electo el Papa Francisco I, tras
la renuncia al cargo de Benedicto XVI, el volcán Turrialba -vecino del Irazú-
se encuentra activo, y, aunque no existe la discriminación racial de hace 50
años, últimamente hemos observado algunos energúmenos en estadios de fútbol despotricando
y profiriendo insultos xenofóbicos hacia varios futbolistas negros.
Todo
esto nos conduce a reflexionar sobre el tiempo y atrevernos a pensar en la
posibilidad de que cada cierto número de años algunos acontecimientos del
pasado tienden a repetirse en el presente, quizás no de forma idéntica, pero si
con una similitud realmente asombrosa.
Es muy normal que las
personas recuerden un año en particular de acuerdo a su acervo de experiencias.
Por lo que, decisiones de este tipo estarán impregnadas permanentemente de un gran
subjetivismo. En mi caso, 1963 siempre ocupará un lugar especial por todo cuanto
aconteció en su curso, pero principalmente porque fue el año en que nací y emprendí
este viaje único y maravilloso denominado vida.
Un saludo fraternal a todos
los que empezaron su peregrinar por el mundo durante ese año, y cumplieron, o
se aprestan a cumplir, medio siglo de vivencias.
“El hombre que ve el mundo a los 50 igual que lo
veía a los 20, desperdició 30 años de su vida”.
Muhammad Alí
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