M.Sc Rodrigo Quirós Valverde
“A lo largo de
mi vida nunca imaginé que viviría algo semejante. Confieso que por momentos me
invadió la ansiedad y el pesimismo por un futuro incierto”
En los
albores de la crisis desatada por la aparición, propagación y efecto del
COVID-19 en Costa Rica, empiezo a escribir este ensayo con el objetivo de
esbozar mis puntos de vista sobre esta inusual situación que enfrenta el mundo
entero, incluido este pequeño país en el centro del continente americano.
Refiriéndome a los primeros meses de pandemia, puedo citar los reportes diarios transmitidos al medio día y en directo por la
televisión nacional. En éstos, las autoridades de salud del país informaban sobre
el número de personas contagiadas, recuperadas, internadas en las Unidades de
Cuidados Intensivos de los hospitales y por desgracia el número de decesos, que
para aquellos momentos era de 7 en todo el territorio nacional. Hoy,
lamentablemente, se contabilizan más de 2 mil personas fallecidas.
Fuera de nuestras fronteras, las noticias revelaban un
panorama apocalíptico en naciones europeas como: Italia, España y Reino Unido. De
igual manera, en países del continente americano como: Estados Unidos, México y
Brasil. Solo por mencionar algunos de los países con mayor incidencia y
afectación provocada por el nuevo coronavirus.
Se habló ampliamente sobre el golpe devastador que
sufriría la economía mundial en todas sus manifestaciones debido a las medidas
restrictivas impuestas por los gobiernos de las naciones con el fin de frenar
el avance de esta mortal enfermedad, entre estas: cierre de establecimientos y
aeropuertos, suspensión de actividades culturales y eventos deportivos, clausura de
instituciones educativas, restricción vehicular, cierre de fronteras y confinamiento
de la población. En Costa Rica uno de los sectores más afectados fue el Turístico.
Otro aspecto que llamó poderosamente la atención fue
el efecto ambiental positivo en todo el orbe gracias a las mencionadas medidas
restrictivas y de confinamiento establecidas en la mayoría de los países.
No cabe duda de que, durante esta pandemia, el planeta
ha estado paralizado y aterrorizado por un virus que brotó a finales del 2019 en
Wuhan en la China Central y poco a poco se fue extendiendo hasta propinar un
abrazo mortal primero a Asia, luego a Europa y después al resto del mundo.
La mayoría de los gobiernos y líderes en el mundo, al
ver esa brutal embestida, tomaron desde un inicio medidas para mitigar su
impacto, algunos con mayor éxito que otros, pero al menos lo intentaron. Sin
embargo, unos pocos, en un acto irresponsable no hicieron nada, poniendo a sus
ciudadanos y a los países vecinos en peligro inminente de contagio. En América,
muchos países, al ver el desastre en Italia y España tomaron con gran seriedad
esta amenaza y actuaron con prontitud y eficacia, quizás beneficiados porque
hubo tiempo para preparar la estrategia y enfrentar de la mejor manera esta situación.
En este sentido, considero que los líderes en materia de salud de
mi país han actuado de manera responsable, librando tal vez de una tragedia sin
precedentes a toda la nación. No obstante, hubo acciones y decisiones que
pudieron haberse hecho mejor y de una manera más oportuna.
Actualmente se lucha con tenacidad para esquivar una segunda
ola de contagios y el panorama se complica por momentos, pese al esfuerzo y a
las medidas emitidas por el Ministerio de Salud.
Pero, quisiera comentar un poco de como he vivido
personalmente esta situación, que en mi vida y en la de millones y millones de
personas en el mundo, no existe precedente alguno. Y esa es la razón principal,
porque lo que le sucede hoy al mundo, hace muchísimos años que no ocurría y por
ello es tan difícil enfrentarlo, ya que se trata de una enfermedad hasta hace
poco desconocida y con un alto índice de mortalidad.
Sabemos que los grandes científicos en el mundo continúan
invirtiendo horas y horas de trabajo e investigación en sus laboratorios y que
la nueva vacuna contra el COVID-19 se ha comenzado a aplicar en varios países
del mundo, entre ellos: Reino Unido y Estados Unidos. Además, que existen otras
vacunas en las últimas fases de prueba y muy pronto serán aprobadas y
autorizadas para su producción y aplicación. Aunque son resultados
esperanzadores, hay que tener paciencia y continuar con todas las medidas
sanitarias recomendadas para evitar enfermarnos, dado que deberán pasar algunos
meses antes de inocular a un porcentaje importante de la población mundial y
empezar a ganarle la batalla a este coronavirus.
Volviendo al plano personal, esta pandemia hizo que mi
actividad laboral diera un giro inesperado y que obligado por las
circunstancias adoptara el teletrabajo como la única opción viable para continuar laborando. Sin embargo, debo confesar que el hecho de trabajar desde mi casa,
gracias a Dios junto a mi familia como valioso apoyo, no fue fácil de llevar,
ya que me desempeño en una rama profesional en la cual predominan los espacios
abiertos y amplios, así como los grupos de personas y el movimiento corporal,
por lo que estar en mi casa las 24 horas del día hacía monótono cualquier accionar,
aunque se buscaran maneras creativas y no tan repetitivas de enfrentar las
tareas diarias.
Esta modalidad de actividad laboral fue
asumida por la institución educativa para la cual trabajo. De esa manera, se
pasó de la tradicional modalidad presencial de enseñanza y se adoptó el modelo virtual
o remoto de aprendizaje.
Considero que fue una decisión sensata y prudente,
aunque un tanto tardía, porque como se ha afirmado reiteradamente durante estos
meses, la salud está por encima de todo, incluida la educación.
Definitivamente esta situación ha probado la fortaleza
de cada mujer y cada hombre en este país y en el mundo entero. La paciencia y
el sacrificio de no poder salir libremente de nuestras casas y reunirnos con
familiares y amigos me ha hecho reflexionar en lo poco que valoramos aquella
libertad que tuvimos antes de la pandemia. Hoy día, se extraña y anhela al
verla seriamente limitada por la situación extrema que estamos atravesando.
Imaginemos entonces lo que puede sentir un ser humano que por no medir sus
actos la pierde por completo y debe pagar ese error con la privación de su
libertad en el interior de una fría celda. En esa circunstancia muchos añorarían
tener casa por cárcel y nosotros que sabemos que pronto volveremos a la
normalidad, ya no soportamos un día más en nuestros hogares.
Extraño el viento sobre mi cara, pero libre de
tapabocas, cuando salía a correr después del trabajo, el saludo de mis compañeros
al llegar a la oficina por la mañana, sentarme a charlar con mi mamá, las
salidas en familia los domingos sin tantas restricciones y, en general, la vida
que tenía antes de esta pandemia.
Hoy, todo eso se ha visto afectado drásticamente por
culpa de un virus que nos tiene de rodillas. Por eso, cuando recupere aquella
libertad de antes, voy a disfrutarla a plenitud y le daré su verdadero valor por
el resto de mi vida. Un valor que por muchos años ignoré.
Al comienzo de esta pandemia hubo temor y una honda
preocupación en gran parte de la población mundial. Todo esto, en el marco de la
modernidad y en un mundo cada vez más tecnológico. Ante eso me pregunto: ¿Si
experimentamos tales sentimientos en plena era del conocimiento, entonces cómo
se habrán sentido las familias hebreas, esclavas en el antiguo Egipto del
faraón Ramsés II, la noche en que todos los primogénitos egipcios perdieron la
vida por la terquedad de su propio líder? Aunque tenían fe en Dios, confiaban
en Moisés y fueron obedientes al marcar con sangre de cordero la puerta de cada
una de sus humildes moradas, no hay duda de que sintieron angustia y zozobra en
aquellos instantes de oscuridad, desesperación y llanto. Pero lo superaron. De
igual manera sucederá en Costa Rica y en el mundo entero con la pandemia del
COVID-19. Lógicamente habrá personas sacrificadas que perderán la vida por esta
enfermedad, pero como civilización saldremos adelante, como ha ocurrido antes en los
momentos más críticos y complejos de la historia de la humanidad.
“En
esta pandemia aprendí a ser disciplinado, me reinventé y conocí más a mi
familia. Hoy valoro y extraño todo aquello que tenía antes de la llegada del
COVID-19. Pero, ante todo, pienso que crecí como ser humano”
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