martes, 29 de octubre de 2013

Un año para recordar

M.Sc Rodrigo Quirós Valverde 

Años hay muchos, pero cuando alguno perdura en la memoria de las personas, seguramente es porque uno o varios hechos significativos sucedieron en su desarrollo. Sin embargo, el acto de recordar un año en particular, merced a las circunstancias presentadas, es algo estrictamente personal o subjetivo, pues un mismo acontecimiento perfectamente puede tener relevancia para algunos, y a la vez, ser considerado superfluo e insignificante por otros.

Es indudable que las múltiples situaciones y experiencias que se presentan en la vida inciden en la posterior valoración que se tiene de los hechos. No obstante, hay eventos que por su misma naturaleza no pasarán inadvertidos, y por ende, gozarán siempre de un enorme significado para la mayoría.

El nacimiento de nuestros hijos, la obtención de un ansiado título universitario, el primer empleo, la fecha de nuestro matrimonio, la adquisición de un importante bien familiar, la esperada jubilación, entre otros, son ejemplos de sucesos que, posiblemente, despertarán en cada uno de nosotros remembranzas del año en que se suscitaron.

En mi caso personal, recuerdo varios años donde se produjeron hechos tan preponderantes como los mencionados anteriormente. Sin embargo, sí tuviera que nombrar un año realmente singular, sin pensarlo dos veces elegiría 1963 por varias razones: en primer lugar, han trascurrido 50 años desde aquel entonces, y el medio siglo, históricamente se ha caracterizado por una marcada connotación festiva. Sólo basta observar la manera tan peculiar de agasajar a quien alcanza esa edad –la famosa “media teja”- o cuando un matrimonio llega a las cinco décadas sin claudicar –las conocidísimas “bodas de oro”-, en ambas situaciones la tradición dicta organizar un tremendo “fiestón” y celebrar con amigos y familiares.

Además, durante aquellos 365 días se presentaron hechos que impactaron tanto a nuestro país como al resto del mundo, algunos relacionados al ámbito político, económico y social, y otros, ligados a inusuales fenómenos naturales. Entre los primeros, recordamos la visita del entonces presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy, en donde –junto a la mayoría de los mandatarios del istmo– se debatió ampliamente sobre el desarrollo económico de la región y se suscribió la “Declaración de San José”, que más tarde propició la creación del Mercado Común Centroamericano. No hay duda que todos esos logros se dieron gracias al protagonismo y liderazgo de Kennedy dentro del programa de ayuda económica, política y social de Estados Unidos para América Latina conocido como: “Alianza para el progreso” y desarrollado entre 1961 y 1970.

En aquel momento, la llegada del presidente de los Estados Unidos representó un hecho memorable para nuestra nación, sobre todo por tratarse de un hombre cuyo carisma supo cautivar a todo un pueblo, tan así que ese mismo pueblo poco después quedaría atónito y lo lloraría como a uno de sus hijos más queridos al enterarse de su asesinato en una calle de Dallas. Los académicos y estudiantes de aquella época y el pueblo costarricense en general, siempre recordarán el discurso que pronunció en la Universidad de Costa Rica un 20 de marzo de aquel año. Algunas frases de aquella memorable disertación fueron: “Es un inmenso placer salir de Washington, donde profesores universitarios me sermonean, y venir a Costa Rica, donde puedo hablar a estudiantes”, “Considero apropiado que el primer discurso en la historia de un presidente de los Estados Unidos a un público estudiantil en Latinoamérica, tenga lugar en este centro de aprendizaje en una nación tan dedicada a la democracia”,  “Las universidades se consideran sitios peligrosos para los presidentes, y estamos agradecidos con ustedes por la cordial bienvenida que nos han dado en esta ocasión. Cada uno de nosotros volverá a casa con la más profunda impresión de lo que puede lograr un pueblo fuerte, lleno de vitalidad”, “¡Viva Costa Rica!, ¡Arriba Costa Rica!, Muchas gracias”, fueron en castellano sus últimas palabras.

Desde aquellos días, Costa Rica fue visitada por presidentes de distintas naciones, incluido los Estados Unidos, pero ninguno generó tanta expectativa y entusiasmo en la ciudadanía como Kennedy. Es interesante, pero hasta se podría afirmar que no sólo el pueblo se exaltó con su llegada, también la madre naturaleza pareció advertir su presencia en suelo nacional y se manifestó a través del coloso de Cartago. Así es, el volcán Irazú, el cual, saliendo de un prolongado período de inactividad expulsó gases y lanzó ceniza y piedras sobre gran parte del valle central y puso a correr a sus habitantes en busca de protección. Parecía como si el enfado de la naturaleza, manifestado desde las entrañas de la tierra, fuese el preludio de lo que posteriormente sucedería en los Estados Unidos con su muerte.  

En otras regiones del mundo también se presentaron más hechos trascendentales, entre éstos, los ocurridos en el Vaticano. Primero, cuando el Papa Juan XXIII publica a mediados del mes de abril la encíclica Pacem in terrís, en la cual exhorta al mundo a vivir en paz, y, tan sólo dos meses después, su deceso a los 81 años de edad, después de cuatro años y siete meses de pon­tificado. Posteriormente, se designaría como nuevo papa al entonces arzobispo de Milán, Cardenal Giovanni Battista Montini, quien decide llamarse Pablo VI.

Entre tanto, la antigua Unión Soviética y los Estados Unidos, en plena carrera espacial, competían por demostrar -ante los expectantes ojos del mundo- quién era capaz de orbitar más veces el planeta o llevar al espacio a la primera cosmonauta. Para ello, cada uno presentaba con “bombos y platillos” sus novedosas naves espaciales, tal y como lo hacen en la actualidad las escuderías de autos de fórmula uno al exhibir sus avanzados modelos poco antes del inicio de la temporada de competencias. Quizás lo más valioso y gratificante para la comunidad mundial de aquella época, fue el convenio que suscribieron estos dos países junto a Gran Bretaña en el mes de julio, en donde se estableció la prohibición de pruebas nucleares en la atmósfera, el espacio y bajo el agua, generándose así un clima de mayor tranquilidad en todo el orbe.

En los Estados Unidos, este fue un año de numerosas protestas y manifestaciones en torno a la discriminación racial. En Carolina del Norte, por ejemplo, se decreta en el mes de junio el estado de emergencia por la presencia de graves disturbios raciales. En agosto, miles de personas marcharon en Washington y sus líderes fueron recibidos en el Capito­lio por los representantes de las frac­ciones Republicana y Demócrata del Senado, y luego, por el pre­sidente Kennedy en la Casa Blanca. La situación tendió a agravarse en setiembre cuando el mandatario estadounidense sometió los distintos grupos policiales de Alabama al gobierno fede­ral, dado que el gobernador de ese estado intentó emplearlos para evitar la entrada de niños negros en escuelas que hasta aquellos días habían estado designadas únicamente a personas blancas. Posiblemente, esa decisión fue la gota que colmó el vaso y propició el atentado que acabaría con la vida de Kennedy a escasos 46 años de edad.

Cincuenta años transcurrieron desde aquel entonces y hoy día se observan extraordinarias semejanzas con aquella época. Por ejemplo, hace unas cuantas semanas el presidente Barack Obama visitó Costa Rica, pocos meses atrás fue electo el Papa Francisco I, tras la renuncia al cargo de Benedicto XVI, el volcán Turrialba -vecino del Irazú- se encuentra activo, y, aunque no existe la discriminación racial de hace 50 años, últimamente hemos observado algunos energúmenos en estadios de fútbol despotricando y profiriendo insultos xenofóbicos hacia varios futbolistas negros.

Todo esto nos conduce a reflexionar sobre el tiempo y atrevernos a pensar en la posibilidad de que cada cierto número de años algunos acontecimientos del pasado tienden a repetirse en el presente, quizás no de forma idéntica, pero si con una similitud realmente asombrosa.  

Es muy normal que las personas recuerden un año en particular de acuerdo a su acervo de experiencias. Por lo que, decisiones de este tipo estarán impregnadas permanentemente de un gran subjetivismo. En mi caso, 1963 siempre ocupará un lugar especial por todo cuanto aconteció en su curso, pero principalmente porque fue el año en que nací y emprendí este viaje único y maravilloso denominado vida.

Un saludo fraternal a todos los que empezaron su peregrinar por el mundo durante ese año, y cumplieron, o se aprestan a cumplir, medio siglo de vivencias.


“El hombre que ve el mundo a los 50 igual que lo veía a los 20, desperdició 30 años de su vida”. 
                                                                           Muhammad Alí

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