jueves, 29 de diciembre de 2016

Año Nuevo

M.Sc Rodrigo Quirós Valverde

Se escucha un enjambre de sonidos: gritos, sirenas, fuegos artificiales y en la radio el infaltable y tradicional canto del Ave María. Al unísono, el saludo de la afamada voz del locutor de la radio anunciando la llegada de un nuevo año. Pero detengámonos unos minutos antes de la media noche para contemplar aquel ambiente imbuido de alegría, nostalgia, expectación, nerviosismo e incluso  tristeza, por el año que se va y no volverá jamás. Comparativamente hablando, sería como la historia narrada en la conocida novela: “Crónica de una muerte anunciada” del destacado escritor colombiano - recientemente fallecido- Gabriel García Márquez, en este caso la gran mayoría de los habitantes del planeta conocíamos el destino del año que estaba por terminar menos el propio año viejo ya en el ocaso de su existencia.

Lo cierto es que instantes previos a las doce de la noche del último día del año se suscita todo un abanico de actividades, pensamientos y sentimientos. Algunos centran su mirada en el anhelo de viajar y preparan sus maletas para salir despavoridos -maleta en mano- por el vecindario, otros con las doce uvas de la buena suerte en la mano listas para ser engullidas antes de la última campanada. Si nos encontramos en una cena familiar o departiendo con los amigos, proliferan los abrazos y los besos por doquier y si vamos caminando por la calle, de igual forma saludamos al desconocido como al amigo. En términos generales, reina un ambiente de fiesta y celebración contagiante, creo sin temor a equivocarme que no existe una persona cuerda en el mundo que no advierta el momento preciso en que finaliza un año y comienza el otro.

Durante un buen rato los aires de la madrugada permanecen inundados de aplausos, bebidas, fiesta, baile, cena y música, en donde destaca aquella emblemática canción de Tony Camargo “El año viejo”, prácticamente un himno en esta época de fin y principio de año.

De igual manera, son muy comunes los propósitos que formula la gente para el año venidero. En fin, en esos momentos el optimismo y la confianza alcanzan su máximo nivel y sentimos que nada es imposible.

Sin embargo, transcurridos los primeros días de enero y una vez finalizada la fiesta y la celebración empezamos a saborear de otra manera el nuevo año. Es así como ya no sentimos la misma convicción y positivismo reflejado en pleno jolgorio y el ánimo suele decaer de manera considerable. Quizá sea porque se acabaron los días feriados y las vacaciones, y por consiguiente, se debe regresar a las actividades laborales regulares.

Es triste admitirlo, pero apenas en los albores del nuevo año sufrimos un ataque fulminante de amnesia y los propósitos que juramos y pregonamos con tanto ahínco se nos olvidan por completo y terminarán siendo archivados – para el siguiente año – en lo profundo de nuestro baúl de los asuntos pendientes.

Hacer ejercicio para bajar de peso, dejar de fumar, llegar temprano al trabajo o entrar a estudiar una carrera universitaria se queda solo en buenas intenciones y al final terminan en una simple y llana utopía.

También están los propósitos que atañen directamente a las personas que nos rodean – familiares, amistades y compañeros de trabajo o de estudio –. Entre éstos: visitar un familiar o amigo de quien hace mucho tiempo no se tiene noticias, reconciliarse con el enemigo, ayudar a quien se encuentra en una necesidad económica, escuchar más a menudo a tus padres y comprenderlos, dar tiempo de calidad a tus hijos, compartir más con tu pareja, ser menos chismoso en el trabajo, practicar la proactividad y en general, tratar a los demás como quisiera que nos trataran a nosotros mismos.

Estos propósitos al igual que los anteriores, por lo general serán pospuestos para otro momento a pesar de haberse anunciado con tanta firmeza y convicción durante las festividades de diciembre.

Que diferente sería el mundo si todos estos propósitos pudieran llegar a buen puerto y finalmente concretarse. Indudablemente, este planeta sería un mejor  lugar para vivir.

Por esa razón reflexiona bien en tus propósitos para el año que empieza, en otras palabras hazlo con los pies sobre la tierra y apegado a tu propia realidad. La mayoría de las ocasiones es un grave error plantearse una cantidad exorbitante de retos, pues como dice el sabio refrán: “El que mucho abarca poco aprieta”. Sería mejor centrarse en una o dos metas primordiales y alcanzarlas que construir falsas expectativas muy difíciles de lograr.

Recuerda que es preferible no hacer ofrecimientos que incumplir lo que días atrás se pregonó con tanto entusiasmo, pues lo único que se obtiene es frustración y poca credibilidad en vos mismo.

Finalmente, con propósitos o sin éstos, esfuérzate por abrazar el éxito durante el próximo año y de todo corazón te deseo lo mejor.


“Algunas personas quieren que algo ocurra, otras sueñan con que pasará, otras hacen que suceda”

 Michael Jordan

2 comentarios:

  1. A mi parecer esta en lo correcto ya que las promesas de fin de año deben estar apegadas a la realidad de cada persona.

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  2. Siempre es más fácil decir que hacer las cosas, ojalá que todos reflexionáramos sobre lo que queremos lograr en la vida y proponérnoslo a lograrlo, siempre y cuando sea parte del camino que Dios quiere en nuestras vidas.

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